Creo firmemente en los gestos pequeños: saludar, sonreír, sujetar la puerta, invitar un café, devolver el balón que se escapa por la acera; intentar ser amable aunque sea un día complicado, intentar ser más grande de lo que eres, sobre todo cuando es difícil.
Las buenas personas se dan cuenta y lo aprecian. Cuando alguien puede hacer algo por mí, también lo aprecio.
Los gestos pequeños pueden suponer un esfuerzo, o incluso ir contra nuestra corriente, pero lo irónico es que casi siempre que los haces, te sientes mejor contigo mismo.
Por un momento, la vida parece de repente más ligera, más tranquila y sin duda más feliz.